1. DEFINICIÓN Y SINTOMATOLOGÍA
Cuando hablamos de disfemia o tartamudez debemos destacar que nos encontramos ante un trastorno funcional de la comunicación oral, que afecta al ritmo articulatorio de la palabra y que no deriva de ningún tipo de anomalía de los órganos fonatorios.
Se trata de un trastorno que exige la presencia de uno o varios interlocutores para que pueda evidenciarse que está exento de un marco sintomatológico preciso, por lo que son muchos los autores que señalan que no hay disfemias sino sujetos tartamudos.
El término “disfemia” o “tartamudez” ha experimentado notables transformaciones a lo largo del tiempo en cuanto a su conceptualización.
El DSM-IV entiende el tartamudeo como una alteración de la fluidez y de la organización temporal normales del habla (inadecuadas para la edad del sujeto), caracterizada por la concurrencia frecuente de uno o más de los siguientes fenómenos:
1. Repeticiones de sonidos y sílabas.
2. Prolongaciones de sonidos.
3. Interjecciones.
4. Palabras fragmentadas por pausas.
5. Bloqueos audibles o silenciosos.
6. Circunloquios para sustituir palabras problemáticas.
7. Palabras producidas por un exceso de tensión física.
8. Repeticiones de palabras monosilábicas.
Clásicamente, la tartamudez se definía como un problema del ritmo del habla. De una manera más moderna, se dice ahora que se trata de una alteración de la fluencia verbal.
La palabra fluencia viene del latín "fluere", que significa fluir, pero, el problema de la tartamudez no se limita en modo alguno a una dificultad en el ritmo del habla, la tartamudez implica a menudo mucho sufrimiento, por lo que tenemos derecho a plantear muchas cuestiones sobre ella teniendo en cuenta el punto de vista de la persona que la padece, aspecto este último generalmente descuidado u olvidado a la hora de definir el concepto de esta patología.
Para el hablante disfémico, tartamudear significa:
- No tener control sobre la propia emisión de la palabra.
- Perder la espontaneidad expresiva y el contacto con los que le escuchan.
En definitiva, carecer de una real posibilidad de comunicación.
Es evidente lo que llama la atención la tartamudez desde el primer momento, y el perjuicio para la comunicación que esto conlleva.
El combate que el individuo parece mantener contra sí mismo, más bien, contra una parte de sí mismo que tiene además la necesidad de disimular, de ocultar la dificultad, empujado por el temor a que los demás puedan intervenir de manera poco afortunada en el conflicto.
Para la persona tartamuda, el núcleo del problema se halla también en la incertidumbre del desenlace de este combate.
Por tanto, no debemos olvidar, el punto de vista del que padece la tartamudez a la hora de ofrecer una definición de la misma.
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